La pasión según la chiquillería

...Décadas más tarde, éramos otros críos quienes estrenábamos impaciencia y comenzábamos a impregnarnos, casi sin saberlo, de las reglas no escritas de nuestro pueblo y de nuestra Semana Santa.

Si hoy estoy aquí, es porque yo también de niño me empapé de sentimientos nazarenos, que me han hecho crecer en ellos y crecer con ellos, pues son las vivencias de un niño las que conforman su forma de ver la vida y de entender el paso del tiempo.

La procesión infantil del Paso Blanco es, cada Miércoles Santo, una realidad, más o menos arraigada, de la que puedo presumir haber sido artífice junto a mis amigos de la infancia. Aprendimos, sin saberlo, a vivir la Pasión según los niños, que es otra manera maravillosa de acercarse a los acontecimientos de nuestra Fe.

Nuestras madres pespuntearon muchas cuaresmas e hilvanaron muchas ilusiones, transmitiendo, casi sin darse cuenta, el sentimiento, la costumbre, la devoción y la identidad. Gracias a todos los que nos ayudasteis a que eso fuera posible. Aquellos chiquillos de siete u ocho años jugaban con pasos sobre dos tablachos, y con una imagen plateada de la Pequeñica que les gobernara Pedro del Ama, el abuelo de uno de ellos. Con tambores hechos de latas de gasolina, en los días de Pascua, y envueltos en brisa luminosa de las tardes de Abril, recibieron el maravilloso regalo de jugar a la Semana Santa.


Luego vendría un palio hecho de palos de escoba, y una Inmaculada de escayola hecha Esperanza. Manto verde y corona de hojalata. Estandartes con palos de fregona y una pasamanería primorosamente zurcida, unos cuantos faroles viejos, un puñao de túnicas y algunos retales de raso azul para las capas. Los críos de los Blancos, también los Moraos, y alguna tímida vez los Negros, querían participar de la Semana Santa, y no quedar ausentes en la cita anual con la conmemoración de unos hechos que entonces apenas apreciaban.


De Granada les trajeron una imagen de las Angustias, y una escena del sueño de San José de un belén murciano hizo las veces de Oración en el Huerto.

Teatros, festivales, rifas, mercaíllos... Cualquier excusa era buena para hacerse más amigos preparando, organizando, disponiendo, con la vista puesta en el Miércoles Santo siguiente.

Soñaban despiertos ser algún día maragullos de los mayores y por ello se desvivían entre correrías y juguescas. Querían ser anderos de su Paso, pero las madres los frenaban, argumentando la tierna consistencia de sus huesos, aún por terminar de formarse.

Estos niños bajaron el antifaz y cubrieron su rostro, dejando atrás la ingenuidad propia de la algarabía. Sus túnicas crecieron dobladillo a dobladillo, como si continuasen siendo las mismas que cosieran las abuelas con el mimoso contoneo de un pedaleo hoy olvidado.

Así comenzó esta historia, como empiezan las cosas más de verdad de este mundo, entre críos, entre amigos.

“Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis - decía Jesús - pues el Reino de los cielos pertenece a los que son como ellos”.

Fragmento extraído del Pregón de Semana Santa del año 2006, de Manolo Pleguezuelo Alonso

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